lunes, 27 de octubre de 2014

There, there

En la luz se esconden las ánimas que temen al hombre, hadas silentes bajo el fuego que brilla en sus cabezas gachas, en ascendente procesión a través del torreón de luz que había irrumpido en la hondonada.

La música umbría de las ramas y las hojas cala hasta las raíces de los árboles inmensos, de los zócalos de roca milenaria, hasta el lecho de los ríos. Un aura de protección cubre cada palmo con su manto, y palpita a cada instante, como una respiración que dura eones.

Allí, bajo la luz, al pie del gran árbol, descansa una figura de quietud, una estatua con corazón latente. Fundida con la tierra, cubierta de hierba, tan serena y silenciosa que los pájaros se posan sobre ella, como otra planta más que el viento mece y que la lluvia empapa.

Inamovible.

Allí, donde el hombre no llega, donde las flores hablan con las estrellas, un ser de inocencia y pureza se funde cada día más con la madre a la que tantos otros olvidaron.

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