jueves, 22 de octubre de 2015

La sublime elegancia de las chaquetas de cuero con cremalleras de alcanfor y su relevancia en la humedad del suelo

Históricamente, un proceso biológico ha venido determinando la cualidad del cerramiento del alcanfor como baclera para la piel curtida. La vestimenta más evolucionada, descendiente directo de los trofeos de caza vestidos generaciones antes del Homo Sapiens, es la chaqueta de cuero con adornos metálicos para su sujeción.
La razón de la sinrazón que a la sazón se hace recuerda que innumerables grupos socioculturales han abanderado esta prenda como símbolo y reminiscencia de armadura primigenia, desde el nacimiento del rock and roll hasta los vestigios del punk. Siguen, a día de hoy, evocando esa impresión de trofeo de caza obtenido tras duras contiendas contra convenciones atávicas, evolucionadas a la par que sus sufridores. A pesar de todo, esta diatriba no viene al caso.
La susodicha baclera, como es de imaginar, podría contravenir el hecho de titular como "elegante" la chaqueta de cuero, pero esto cambió radicalmente con la aparición de la cremallera alcanforera (o alcanforada, según la fuente que se tercie). Adscrita a los primeros años de la década de 2020, pronto se trocó en una herramienta sorprendentemente útil, que facilitaba la apertura natural de estructuras anti-quinésicas (véase, una pared, una veta rocosa, una pieza maciza de cualquier material) como de elementos que ya integraban mecanismos de obertura lineal (como la cremallera básica). Sin embargo, el proceso de cerramiento que esta permitía obligaba al empleo de una cadena de piezas pequeñas muy difícil de reparar en caso de atranque o rotura. La cremallera de alcanfor fue portadora de un ejemplo rayano en el milagro termodinámico absolutamente impensable anteriormente.
Suscitó el interés del público tras haber pasado inadvertido como herramienta desde el principio de los tiempos, al permitir el empleo de dos cinchas sencillas de alcanfor como raíles para la cabeza de la cremallera; en sus formas más complejas, era capaz de abrir desde paredes de hormigón hasta organismos vivos (sin ocasionarle daño alguno, incluso pudiéndolo dividir en piezas intercambiables) sin depender de las cuatro aparatosas cadenetas metálicas que requería en un primer momento la adaptación de la cremallera primitiva. Suponía una violación flagrante de la física: un cuerpo blando podía atravesar uno duro sin apenas dificultad de instalación y utilización. Fue una revolución técnica como no se había vivido desde los tiempos de la rueda.
Asimismo, fue capaz de revertir las fatales consecuencias del abuso en la extracción de agua y las sequías radiales que sobrevinieron desde 2023, y que agrietaron considerables hectáreas laboradas y laborables, asoló zonas agrarias diversas e incluso afectó al cultivo ingrávido, muy extendido por aquel entonces en la costa este norcoreana. La cremallera alcanforera de LeCreaf & Song-Yu demostró su primacía una vez más, al descomprimir y purgar acuíferos ocultos desde la propia superficie terrestre.
Le debemos mucho a la cremallera alcanforera, que aun a día de hoy continúa desvelándonos los más profundos secretos del planeta. El futuro de esta portentosa herramienta se encuentra en el núcleo de la Tierra, al que pronto, se prevé, podrá ayudar a acceder.

martes, 20 de octubre de 2015

Niebla ciega

El pez de acero se descarga
entre la neblina descompuesta.
Circula, los ojos como faros,
extraños,
como un roto en doce huesos.

Deslizamiento entre gases verde oliva,
ondulante, lento, inaguantable.
Las paredes disolubles de aire negro
se parecen a retratos de Slackmewr,
espadas amarillas,
arcos níveos,
que respiran lenguas turbias.

El pez raro sigue, sigue,
incansable caminante que no pisa
pero deja huella en medio del agua
que flota a medio metro de un suelo incierto.

A él lo devoró,
lo devoraron los gusanos,
lo maldijeron los fanáticos
hasta que pulsó el botón.

Salió despedido hacia el cielo,
y el pez lo echa de menos,
porque nunca pareció darse cuenta
de que el último bocado tendría que devolvérselo.

sábado, 17 de octubre de 2015

Pesca de infortunio

-No tienes ni la menor idea, ¿verdad?
-No. Me caí, me tropecé, yo qué sé.
-La perdiste.
-Sí, bueno, la perdí, había mucha gente, ¿vale?
-Pues lo vas a tener difícil para salir de esta. Y yo no pienso ayudarte; no esta vez.
-Venga, Jher, no me hagas esto.
-La última vez deberían haberte arrancado los brazos sólo por soltarle la mano un momento, y conseguí que no lo hicieran. Esta vez no tiene excusa; ya sabes lo que pasa cuando se deslocaliza un príncipe de poder.
-Sí, lo sé, ¡pero, joder, no ha sido culpa mía, Jher! ¡Fue esa estúpida…!
-¡No lo digas! Seguimos sin ser suficientes, y no va a haber tiempo, Cui. Lo siento.
-Ya, imagino. Ay, joder, no me lo puedo creer…
-No lo pienses más. Ya debe quedar poco.
-No me lo recuerdes. ¿Tienes nacimiento? Para antes de que…
-Sí, sí, entiendo. Ten, toma. Yo tengo que irme.
-¡Espera! ¿Tú crees que podríamos haberlo roto?
-Estamos a punto. Dos más y lo habremos conseguido.
-Dos más… y pensar que no voy a verlo…
-Podrás verlo, desde atrás.
-Ya, claro. Eso pensaba Schyw.
-Schyw y Slackmewr también estarán atrás. No pierdas la esperanza. Nos veremos si es cierto todo lo que dicen.
-Ya los oigo. Suerte, Jher. Hazlo por mí.

domingo, 4 de octubre de 2015

Princesa china

A lo mejor lo único que quería
era ser un poquito mejor,
que esto fuera algo más fuerte,
más cierto,
más largo.
Eso es lo que me hace falta:
durar.

Todo lo que en algún momento tengo
languidece entre mis manos:
las caricias,
las flores,
los gestos,
el trocito de ciudad que se ve por tu ventana
(sí, también intenté cogerlo).
Todo pierde fuerza,
o las ganas,
o deja de echarme de menos.

Todo eso se desploma
o me abandona:
lo único que les debe de quedar
de mí
es el recuerdo un poco amargo de un polvo inesperado,
que a mí todavía me hace
encogerme de dolor al recordarlo.

No hay analgésicos para la memoria,
no hay pastillas
que mitiguen el dolor nostálgico,
ni nitrato de plata
para disolver las nubes negras
que envuelven mi pecho.
Es como llevar el otoño siempre encima
conmigo,
pero en su versión más cruel.

Mientras tanto,
ni el poeta de bronce
ni las casas del ensanche
recuerdan que llovió hace ya tres horas;
ninguno sabe
que esto que parece verano
sólo enmascara algo perdido.

Me voy a buscar mi puerta,
donde dicen que vivo.
Antes sí vivía, porque estabas ahí cerca;
ahora, como aquel que dijo,
sólo mato el tiempo.