domingo, 21 de diciembre de 2014

Luna observadora encaramada a la niebla

Avante, luna helada,
párpado que se entrecierra,
faro en la boca del lobo.

Suspiro tras los pliegues
de las sombras de las ramas,
ojo lechoso y silente,
tu aureola de vaho
pintada en tu trocito de cielo
no te da confianza
para apagar la luz.

Descansa, cierra tu esfera ciclópea
con ciega calma;
vamos,
atrévete a oscurecer aún más la noche.

Dame otra razón
para no salir afuera.

Dime la verdad,
luna traidora,
¿qué me escondes?

sábado, 13 de diciembre de 2014

Poema cuasi-automático

Estoy casi a punto de que la fábrica me cierre,
y rasgueo con el lápiz en silencio
para no despertar a los fantasmas del pupitre.

Me resigno a creer que las paredes son duras,
que las puertas se abren y cierran,
pero que ninguna pinta cuadros
cuando dejamos de mirarlas.

Anillado, enroscado entre un altar y un techo,
paso mi nueva infancia en el estuche,
y apenas soy consciente de si el aire corre
o no.

No dejo de pensar,
y de escribir lo que pienso;
apenas detengo mi mano,
mi mano apenas frena el lápiz.
Soy un tiburón taquicárdico,
y si dejo de versar,
me hundo,
y no sé dónde.

Mi letra se asemeja
a la de un padre sin pulso,
marca firme y definitoria
de que no pienso en lo que hago.

No sabía que el sol y los fluorescentes
competían por alumbrar la clase;
si bien al primero
le ahogan las cortinas,
en cualquiera de los casos
la pizarra da reflejo.

¿Y si paro?
¿Y si descanso?
Quizá sólo me duerma
acunado por las páginas
que se rozan al pasar.
Respiro hondo, echo el cierre,
la fábrica de tinta se despolma,
y una ola de acuarela
me inunda en mi descanso.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Tres tormentas de café y estrellas rotas

ACTO 1

Agudos pinchazos bajo mis uñas;
tal vez es verdad que nadie vigila.

Me faltan guitarras que llenen mis blancas paredes,
un muro que no puedo ni siquiera pintar.
Me faltan cien sonidos de arce y caoba,
vetas ansiosas y prietas,
que hagan resonar
el interior de mi cráneo.

Dadme una voz, os lo imploro.

El viento baila entre mis temporales,
se acomoda en la silla turca;
quiere mandar sobre mí.

Quiere oírme.

Arremeted contra los rígidos capiteles
del destino ya marcado,
sobreponeos a tan aciaga arquitectura,
revestid de nuevas luces un nuevo hogar,

¡Que caiga todo!

Otras teclas ya sonaron más fuerte,
pero los dedos que las pulsaron
no fueron capaces
de desandar el camino,
de salirse de la partitura.

El rubio vampiro apoyado entre las sombras
sonríe,
y su sonrisa tiene filo,
y muele el silencio circundante.
No hay más metal que lo contenga,
nada que le impida reír gritando "¡YO LO HICE!",
porque soy impotente contra él.

-intermission-

ACTO 2

Un telón translúcido, de telaraña,
un velo, una cascada,
distorsiona el mundo tras de sí.
Poco importa que maldiga
o me encabrite,
que proclame
que ese mundo es mío;
la tenue muralla permanece,
imperturbable.

Quizás tenga que buscar puertas traseras,
otros caminos, otras tierras hostiles,
de asfalto y noche precoz,
que también conduzcan
a esa tierra sin horizontes.

Busco en mi isla de bronce y acacias,
araño sus arcos de roca rojiza,
acaricio aquellos viejos atardeceres
con las puntas de los dedos;
me agarro, poseso, frenético,
al menor resquicio de nube,
pero aún me falta espacio,
y la arena y las olas
me oprimen
contra el cielo
incoloro;
se está apagando,
se deja olvidar
a cada minuto.

-commercial break-

ACTO 3

La noche ya no es dulce,
ya no deja en mi boca
más que un regusto amargo
con cada puesta de sol;
ya no se despide con un beso.
Ya no la conozco.

Se ha vestido para el frío
con nieblas y luces agónicas,
me susurra palabras que creía olvidadas
si me acerco demasiado a ella,
y si logro abrazarla,
apenas la noto debajo de este abrigo.

Sé que se esconde de mí
con mi propia armadura,
me evita tras la esquina,
al otro extremo de la calle hueca,
porque reconoce mi bandera azul
recortada del cielo de su hermano.

Me gustaría pasear contigo,
mi trocito de llama,
pluma arrancada a una nube agonizante,
por las noches de mi pasado,
enseñarte lo que pude haber sido,
lo que dejé atrás,
y las flechas que siempre llevaré,
clavadas a conciencia.

Te cantaré la banda sonora
de mis noches de llano,
afinadas
en la frecuencia
de las manos que nunca se rozaron,
las palabras que debieron gritarse a tiempo,
y las que eran demasiado fáciles de imaginar.

No rescates a ese niño que era;
debe aprender
a pintar
nada más despertarse
lo que ha soñado esa misma noche,
antes de que lo olvide del todo.
Debe sufrir,
por mucho que me duela hacerle esto,
y aprender a salir adelante,
a esperar a que le crezcan alas,
a que las lágrimas se hielen
y formen espadas,
que aún guardo bajo llave,
porque espero no necesitarlas nunca.

No se aprende a desgranar
ocho notas melancólicas
de una cuerda de guitarra
sin tener los dedos impregnados
de la sangre de una herida mal curada,
que formó cristales aguzados
cuando el corazón se quedó frío.

Frío.

Como un adoquín helado entre los dientes.

Como una tormenta en diciembre.

Como la cerveza que te echas a la boca, sin pensar.

Como una bofetada cortante en el rostro,
de viento invernal,
más a gusto del autor que del público.

Como el día en que un ángel perdido,
amnésico de dolor y de hastío,
me hizo un hueco en su nido de plumas;
también estaban teñidas de rojo.

Como mis espadas de lágrimas,
con las que relleno muros y almohadas;
como las cuchillas transparentes,
melladas de esta tinta,
que no te gustaría verme enarbolar.