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viernes, 10 de marzo de 2017

Qué estúpido momento nos envuelve

Sospecha dialógica, energía renovada en el absurdo de intentar apurar una taza de café que se sabe seca y vacía, fría por si faltase un adjetivo, y alejada de todas las mañanas conocidas. El cálido amargor al respirar por la garganta y tragar saliva, el frescor vegetal de una tibiedad robada de las calles empedradas de un pueblo que no merece la pena conocer, nada que decir ni ganas de contarlo. Ciudad, en definitiva, sumida en la luz aún no tan cálida de un marzo que se presume verano y atiende primavera al asfalto.

Las aves de todo plumaje y los diversos vientos, aunque arrastrasen el humo de cigarrillos maleducados por todo el espacio vital de la terraza de los bares, eran ya una institución que proclamaba con seriedad el fin de un invierno que se había esmerado en el trabajo que le exigía el calendario. Hoy, siendo foco de desprecio de jóvenes vanos, clónicos en motor y envoltura, se permitía el lujo impropio de negar con pocas palabras y mucha seriedad las intenciones de una visita hipotética que, en realidad, no deseaba demasiado. Podría parecer una obviedad, pero había poco en lo súbito y lo prolongado que realmente ofreciese una motivación. No desde aquel momento, no desde aquella hora. Las interrogaciones se habían quedado ocultas en un cajón tras muchos meses y no tenían posibilidad de ser formuladas, pero eso tampoco significaba demasiado.

Al fin y al cabo, deseaba respirar en paz, saberse solo en la muchedumbre y obviar por completo los tránsitos sin rostro ni nombre de una mañana agradable. Sólo sentía inclinación por caminar de un modo que hasta ahora le había pasado inadvertido; desorientación, encontrarse con que estaba perdido, sin más brújula que la dirección de las flechas desgastadas del asfalto y la luz de un sol que se resistía a ser dorado. Pluma, hecha teclado, en piloto automático, y sirenas impertinentes, perdón por el pobre desgraciado que se encontrase dentro. Parecía que había prisa. Que tengas suerte.


Sin darse cuenta siquiera de cómo había empezado a poner una letra detrás de otra se topó con el amarillo de nuevo, amarillo desconcertantemente agradable, luminiscencia primaveral con un olor que nunca era capaz de recordar del todo. Ah, agarra el mástil y rasguea con potencia, siete mil vueltas de hilo de cobre respondían con afilada gravedad a seis vibraciones paralelas en la distancia de la carretera de un sonido que deseaba propulsar hacia adelante. Con el amarillo, hacia el amarillo. Gran color, maldita sea; no eran días para vestir de rojo.

sábado, 25 de febrero de 2017

Pizza con piña

-Pizza con piña, ¿por qué pizza con piña?
-¿Pero qué problema tienes con la piña, vamos a ver?
-Porque la pizza está bien ella sola, no hace falta ponerle… cosas, así a lo loco.
-Pues nada, tú me dejas a mí la piña que me la como yo.
-Venga, va…

-“Piña”. ¿No es como rarísimo? “Piña”. Está ahí, llena de pinchos y… con esas hojas ahí arriba. ¿Qué les pasa a las piñas?
-Seguro que son posmodernas, TODO es posmoderno, Mateo, TODO.
-Putas piñas posmodernas. Seguro que Nietzsche dijo algo de las piñas y todo el mundo lo interpretó como les salió del papo. Ay, ¿cómo se llamaba… el tipo de… La insoportable levedad del ser?
-Milan Kundera, ¡ese tipo sí que es un posmoderno! Pero MUCHO.
-No sé a santo de qué lo he preguntado, la verdad… pero bueno.

-Me gustan estos silencios. Es como si… dejasen atrás un tema para dar paso a otro. Da como distancia.
-Distaaaancia… eso está bien. Hace falta.
-Además puedo pensar en… cosas, no sé. Por ejemplo, me encanta lo naranja que es todo aquí, sobre todo por la comida y la madera y tal. Me relaja.
-Es como todo muy cálido y muy lindo…
-Y me distrae de pensar en piñas.
-¡Pero qué-te pasa-con las piñas!
-¡Pero no me ataques, pava! No sé, que… la pizza con piña es como el arroz con cosas.
-No digamos cosas de las que luego nos arrepintamos, ¿eh? Ahí te has pasado.
-Vale, sí, me he pasao un poco. Pero… ¿por qué piña? ¿En serio?
-Pues porque

martes, 21 de febrero de 2017

Pasos perdidos

-¿Sabes una cosa?

-¿Qué?

Dejó la taza de café sobre la mesa con un vago gesto de cansancio, apenas perceptible.

-Creo que he olvidado cómo perderme.

La sorpresa apareció en dos trazos fina y curva sobre los rasgos apacibles del rostro de ella. Dio un sorbo de café a su vez y respondió con la calma de quien esperaría una pregunta así como una pregunta cualquiera.

-¿A qué te refieres?

-Pues a que todo en esta ciudad me sabe igual cuando me dejo llevar. Ya no me encuentro con calles que no hubiese pisado antes una y otra vez, ya… no me llevo sorpresas –alzó el café hacia los labios y bebió mientras inspiraba por la nariz-. No sé si me explico –suspiró.

-Creo que… a pesar de que lo haces inconscientemente, sigues yendo por los mismos sitios aunque quieras variar. A lo mejor es como si los hubieses dado por perdidos, o poco interesantes. Quizás, simplemente, no querías salirte mucho de la zona de confort.

Bufó.

-Hace mucho que no me muevo de mi zona de confort, pero es que no lo intento.

-¿Entonces? –rió ella, no con sorna exactamente, pero…

-Bueno, igual no es algo que decida yo. No sé si quieres entenderme.

-Sí, sí, perdona. Entiendo lo que dices, pero… ¿por qué no lo has intentado? Igual necesitas hacerlo a propósito, de forma menos natural.

-¿Forzar la maquinaria?

-Diría más bien que es hacerlo sin tener que esperar a que se te ocurra mágicamente.

Asintió. Callaron unos segundos mientras, distraídamente, seguían vaciando lentamente las tazas en sus manos y se fijaban muy levemente en una música que no conocían de nada en absoluto. Esa pequeña fracción de sus cerebros que pensaba por su cuenta optó por cavilar sobre qué significaba prestar atención a una canción que no habían escuchado jamás antes: ella probó a relacionar esas notas desconocidas con todo aquello que ya conocía, como si simplemente fuese una pequeña parte de un mismo esquema sonoro, y esas canciones desconocidas fuesen el verso que nunca consigues descifrar del todo cuando escuchas; él partía su mente en partes finas como plumas para atender a los instrumentos y sus infinitos matices, analizando la técnica y la procedencia de todos esos elementos, como si intentara comprender una conversación en un idioma desconocido solamente por las inflexiones de la voz y la emotividad de los hablantes. Era, hasta cierto punto, razonable.

Su línea de pensamiento se descolgó por unas piernas imaginarias y decidió, venga, por qué no, posarse en el suelo de nuevo. Levantó la vista otra vez y se fijó en que tenía las gafas sucias.

-¿A ti también -empezó casi entre dientes mientras se quitaba las gafas y buscaba un pañuelo en sus bolsillos traseros-… te ha ocurrido algo parecido alguna vez? –echó vaho en los cristales y frotó con el pañuelo recién rescatado de su bolsillo izquierdo mientras fijaba su mirada neblinosa de miope en la cara de ella. Era inconsciente, aquello de esforzarse más en atender cuando tenía sus sentidos limitados en momentos como aquel.

A ella le pilló la pregunta con la taza en la boca.

-Mmm –tragó y bajó la taza-. Sí, no me parece nada tan raro. En realidad, no creo que ni siquiera a ti te abrume tanto.

-Ah, no, tampoco me mata. Pero bueno, me molesta, no sé… Me gusta mucho Valladolid, me gusta conocerla bien, y se me daba bien perderme por ella, pero no sé qué clase de… facultad he perdido –rió.

Ella sonrió a su vez.

-Creo que necesitas creerte un poco menos seguro.

-¿Cómo dices?

-Necesitas… a ver cómo me explico. Creo que ahora mismo necesitas dejar de pensar siquiera en que estás confiado, dejar eso a un lado. Sólo… olvídate, y… espera a que la aventura llame a tu puerta.

Rió. Suavemente, pero rió de verdad.

-Me gusta la idea. ¿Así que crees de verdad que será así de sencillo?

Mecadena vació la taza y se levantó de la silla.

-Mateo, nunca ha sido complicado. Simplemente, déjalo suceder.


Salió de escena.

lunes, 23 de mayo de 2016

Espacios nocturnos

Podría ser cualquier otra hora menos la que marcaba el reloj casi escondido en la esquina de las paredes amarillas. La luz macilenta se desbordaba fuera de las paredes, fuera de las ventanas, sobre la acera. El cemento bañado en aquella luz mortecina llevaba horas sin soportar un solo paso, porque los clientes del bar no tenían más razón para estar allí esa noche que estar allí, y no fuera; no les quedaba valor. Era sólo otra de las noches de apatía de una década a la que la historia sumiría en el polvo, de un barrio, de una calle que jamás nadie recordaría. Sólo estaban acodados en la barra porque esperaban que una de aquellas horas de tiniebla los arrastrara por fin en lugar de apagar su desgracia durante unos instantes.

domingo, 28 de febrero de 2016

Qué noche más turbia (así de amanecida)

Va sobrado el camarada Désfecholé, abriendo las puertas de la calle y encendiéndose un cigarro de toro almibarado frente al dobrino policiente.
-¡Poli!- lo provoca el sibarita del ridículo- ¡Aquí hay un melocotonazo esperándote!
-Amo a vé, licenciado de la torta -le responde enfebrecido-: no estamos todavía a hora de descañizar y ya andamios con las pollas en la boca. Me te relajes que como nos pongamos soliciantes te composto, ¿eh? Vamo a calmarno.
-Mire usted, egregio adalid de la ley que luego tal: me siento hoy algo comunista, así que nos burlaríamos si dijera que no puedo mancuriosear unas birrucas avec vous. ¿Cómo lo ves?
Acabadas estas palabras, el cigarro almibarado vuela bucólico de la mano y parece dirigirse hacia la tabla'l pecho del desdichado policiente.
-¡Caracandao, que se te va a clavar!
-¡Hideputa, eso es spoiler! -alcanza a exclamar antes de salir despedido hacia atrás con anhídrica vehemencia.
Désfecholé Pajarestri se lleva las manos a la cabeza y profiere la última exclamación que se le recuerda, síntesis del saber y conocimiento que le son inherentes:
-Alucino pepinillos, tron.
Ante la filípica épica y fálica, el dios de lo abdiestro (en ausencia del absurdo) le provoca tal catacrocker interno que no hay ni forma de poner un final normal.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

¡Lumen!

“¡Lumen!”, dijo Cerumen. ¡Y chocapic!
¡Mágico! ¡Mágico adalid de la Rekka! No nació ni para cabalgar ni para cortar dragones con espada, sólo para andar y andar rastrillando los caminos que en otra ocasión llevarían a héroes de perverso coraje. Nada más que aquello podía entenderse como un calabozo de cajas verdes, pero Cerumen espirmó los indulgentes fragmentos de bombas de chocolate y agalquieron como fíbulas descargadas.
Old Tronak lo vio por los caminos y en su corcel cargó con su cuerpo agotado por la magia y el Egerjérito místico del chocapic azucarado. Un corcel morfosintáctico, dicho sea de paso, agarrotado por las reglas de la lengua. La coraza de Tronak era densa como una clase de anacolutos normativos a horas frías e intempestivas, y el corcel, siendo morfosintáctico como era, comprendía que todos los prefijos se hacían a aquella imagen obtusa y, aunque los comprendía, le pesaban en los párpados. Su cara de hastío en estos conceptos era bastante evidente incluso tratándose de un caballo.
Y Tronak clamó en voz baja, puesto que a su acompañante maltrecho le dolían incluso las palabras a ciertos decibelios:
-Pardiez, mi buen hermano, si sois capaz de espirmar el elemento átono, ¿por qué no hacéis lo propio con las buenas calzantes de chocapic de mastía? Seríais sin duda reconocido muy pronto como el Sirme Sinduda de toda la Comarca Alquitranada.
El maltrecho y descargado Cerumen se pronunció con dificultad:
-Señor caballero de…
-Corcelero, hermano, corcelero.
-Señor corcelero de comarca, el reenvío de las mágicas fibras del Egerjérito no se realiza tan a menudo como en la Rekka nos gustaría. Para seros sincero, el agalquimiento se nos complica cada muhelseseWEHE!
-¡Señor mío, ¿qué os sucede?!
-Discúlpeme, corcelero. La mística tiene sus complicaciones neuronales a niveles bastante preocupantesWÉPALE! Perdón, creo que ya está. Como le decía, el agalquimiento cada vez se vuelve más tortuoso y pesado. Una repartía lógica precisaría doce terruños de, si estoy en lo correcto, tierra de las Áridas color azul tortilla.
-¿Azul tortilla? ¡Pardiez, mi buen señor, habrase visto tal color en nuestras tierras!
-No, señor mío, por supuesto –rió Cerumen-. Para ello habría que espirmar como un poseso, y no habiendo cajas verdes se podría producir una quiebra irreversible del espaciotiempo. Eso no es problema porque aquí las cajas verdes yacen en calabozos pagando sus crímenes con la Comarca, ¿no es así?
-No, sior. Emigraron a su universo. Fueron liberadas cuando las autoridades del Gruego coincidieron en que… bueno, son cajas. Verdes, pero cajas.
-De modo que ya no están aquí…
-Me temo que no, caballero Cerumen. Pero vos no habéis espirmado cual poseso, ¿verdad?

-Bueno, si os soy sincer-

jueves, 22 de octubre de 2015

La sublime elegancia de las chaquetas de cuero con cremalleras de alcanfor y su relevancia en la humedad del suelo

Históricamente, un proceso biológico ha venido determinando la cualidad del cerramiento del alcanfor como baclera para la piel curtida. La vestimenta más evolucionada, descendiente directo de los trofeos de caza vestidos generaciones antes del Homo Sapiens, es la chaqueta de cuero con adornos metálicos para su sujeción.
La razón de la sinrazón que a la sazón se hace recuerda que innumerables grupos socioculturales han abanderado esta prenda como símbolo y reminiscencia de armadura primigenia, desde el nacimiento del rock and roll hasta los vestigios del punk. Siguen, a día de hoy, evocando esa impresión de trofeo de caza obtenido tras duras contiendas contra convenciones atávicas, evolucionadas a la par que sus sufridores. A pesar de todo, esta diatriba no viene al caso.
La susodicha baclera, como es de imaginar, podría contravenir el hecho de titular como "elegante" la chaqueta de cuero, pero esto cambió radicalmente con la aparición de la cremallera alcanforera (o alcanforada, según la fuente que se tercie). Adscrita a los primeros años de la década de 2020, pronto se trocó en una herramienta sorprendentemente útil, que facilitaba la apertura natural de estructuras anti-quinésicas (véase, una pared, una veta rocosa, una pieza maciza de cualquier material) como de elementos que ya integraban mecanismos de obertura lineal (como la cremallera básica). Sin embargo, el proceso de cerramiento que esta permitía obligaba al empleo de una cadena de piezas pequeñas muy difícil de reparar en caso de atranque o rotura. La cremallera de alcanfor fue portadora de un ejemplo rayano en el milagro termodinámico absolutamente impensable anteriormente.
Suscitó el interés del público tras haber pasado inadvertido como herramienta desde el principio de los tiempos, al permitir el empleo de dos cinchas sencillas de alcanfor como raíles para la cabeza de la cremallera; en sus formas más complejas, era capaz de abrir desde paredes de hormigón hasta organismos vivos (sin ocasionarle daño alguno, incluso pudiéndolo dividir en piezas intercambiables) sin depender de las cuatro aparatosas cadenetas metálicas que requería en un primer momento la adaptación de la cremallera primitiva. Suponía una violación flagrante de la física: un cuerpo blando podía atravesar uno duro sin apenas dificultad de instalación y utilización. Fue una revolución técnica como no se había vivido desde los tiempos de la rueda.
Asimismo, fue capaz de revertir las fatales consecuencias del abuso en la extracción de agua y las sequías radiales que sobrevinieron desde 2023, y que agrietaron considerables hectáreas laboradas y laborables, asoló zonas agrarias diversas e incluso afectó al cultivo ingrávido, muy extendido por aquel entonces en la costa este norcoreana. La cremallera alcanforera de LeCreaf & Song-Yu demostró su primacía una vez más, al descomprimir y purgar acuíferos ocultos desde la propia superficie terrestre.
Le debemos mucho a la cremallera alcanforera, que aun a día de hoy continúa desvelándonos los más profundos secretos del planeta. El futuro de esta portentosa herramienta se encuentra en el núcleo de la Tierra, al que pronto, se prevé, podrá ayudar a acceder.

sábado, 25 de abril de 2015

Street View - may. 2012

Me ha costado encontrar tu casa, la he reconocido como el primer día me enseñaste a hacer: por la gran pintada de la pared de fuera. En este barrio todo parece igual, pero es porque no saben lo que se esconde detrás de estos muros. Si se hubieran esmerado, te habrían visto; ni siquiera un bloque de ladrillos basta para ocultar tu resplandor.

Quizás, por aquel entonces, aún no vivías allí.

Pero un día, seguramente muy pronto, estarás en esa casa. Te convertirás en la reina de todo lo que extiende a los pies de tu décimo piso. Llenarás tu habitación de notas y papeles, lo empaparás todo de ti.

Y un buen día me confundirás con un caballero, me invitarás a entrar en tu palacio, me dejarás cantarte en tu cama. Me mirarás con la cabeza gacha y la boca sonriente, me besarás en cada rincón. Te ayudaré a colgar la ropa y poner la mesa, me quedaré mirando tu cuarto desde la galería como si fuera una maqueta, desde fuera nos oirán cuando estemos solos y unidos.

Por última vez atravesaré la puerta de tu casa para salir, haré esperar al ascensor y a tu madre mientras te beso y sonrío antes de cerrar la puerta. Saldré a la calle, aún no hace mal tiempo, y cogeré el bus de vuelta a casa. Cuando vuelva, si lo hago, nada será lo mismo.

La próxima vez que entre por tu puerta, me temo, me esconderé un par de minutos para llorar, porque aún sentiré en la lengua los fantasmas de nuestros besos, en las yemas de los dedos notaré el tacto del dichoso gotelé, y en el fondo de la nariz, el olor dulzón de las velas azuladas que encendías para ocultar entre sonrisas que unos instantes antes nos habíamos unido sobre tus sábanas.

domingo, 22 de marzo de 2015

Omne

Nada es la sólida caja fuerte que tiene en el pecho quien puede sonreír con la cara empapada en sangre.

Nada es la niebla gris que envuelve los telediarios y nos pone un velo en los ojos cada día. Lo colocamos entre las sábanas, dormimos bajo su fósil cada noche. Cada día se hace más pesado.

Nada es subirse a gritar a un ciruelo y permanecer inmóvil ante la lluvia de piedras de los que no quieren limpiarse la bruma del rostro.

Nada es un orgasmo color hueso que deja un poso ceniciento en el corazón y una sonrisa marchita sobre los labios que intenta infundir calma pero que carece de significado.

Nada es una máscara de porcelana con la que mirar al mundo y esconder la vergüenza.

Nada es un día plomizo en la mirada de quien te ama y se confiesa a sabiendas de que se romperá el corazón. Nada es el ardor en la frontera de tus párpados al comprenderlo, pero sin lágrimas que lo alivien. Vuestras manos colmadas de dolor no quieren separarse ni pueden estar juntas.

Nada es una mano en tu hombro cuando todo en lo que creías se desvanece. Cada segundo que permanece posada impregna tu cuerpo de desconfianza, pero te abrazas a esa calidez zumbante y desde entonces tus sonrisas parecen cicatrices.

Nada es un aleteo insomne en un cuarto oscuro cuando no puedes conciliar el sueño.

Nada es menos que poco, pero en la nada cabe todo, porque quien no cree en nada está hueco, y por la nada desbordado.

lunes, 16 de marzo de 2015

Peso

La inmensidad inabarcable del mundo dormía. Respiraba lenta y gravemente: una inspiración profunda como un deshielo inaudible, una exhalación larga como la curva ciclópea que impulsaba al océano insomne en su giro interminable, en el que acunaba aquel sueño con su vibrante peso y su presión calmada.

Todo se sostenía en la quietud. Notas densas, graves como el bramido de un trueno sonaban sin ser escuchadas. No había cielo ni tierra, sólo una penumbra helada en la que el azul intenso y la negrura más absoluta se abrazaban en miríadas de matices, distantes, fundidos. Y en ellos había algo más.

Una nada nítida, una gota de ímpetu que empujaba un color hacia otro, trascendiendo horizontes que un opresivo segundo antes no existían. Una furia lenta, pausada, sin ritmo. Y un vaivén perpetuo que, oscilando entre la extinción de un silencio y el preludio de un próximo rugido, combaba las olas en pautas desordenadas.

El piélago respiraba su propia potencia, densa y oscura, acompañado de un arrullo incesante y cadencioso como una catarata ingrávida, un fluir sosegado al que se unían los penetrantes índigos y negros en ondas curvilíneas, para después disgregarse en reflejos titilantes bajo la bóveda argentada. No había cielo ni tierra, únicamente una fuerza estentórea e irrefrenable, pausada como un impacto que nunca termina de descargar su fuerza, y un infinito gradiente de azules que se fragmentaba y reencontraba, meciendo su cuerpo carente de horizontes con energía inagotable, en un imperturbable empuje sin oposición.

domingo, 8 de febrero de 2015

Oxford's Angels (sueño artificial)

mirando, estupefacto, el reencuentro entre el verde de las hojas mecidas por el Soplo y el ámbar del astro que devolvía el color a la materia conforme empezaba a asomar su cumbre por una región aleatoria del horizonte.

-Define lo que es una familia -aquella amigable exigencia puso en marcha su mente.
-Una lámpara -dijo después de un momento-. Un azulejo.
-Pero no para un tiburón.

El huevo del sol, ya totalmente separado de la línea de tierra, ocupó de repente un espacio protagonista en la pantalla. Lo señaló.

-Eso sí. Pero no para una planta.

Hizo un amplio gesto hacia la hierba y los árboles.

-Te acercas. Sigue insistiendo.

Se incorporó sobre los adoquines luminiscentes que marcaban camino en aquel barrio de la noche, empujando las sombras hacia las esquinas. Caminó a su lado.

-¿Los tiburones sienten a su familia?
-Posiblemente no.

Los fluorescentes del autobús sangran un resplandor blanco verdoso que les separa toscamente del exterior sórdido y melancólico. Mira a una chica, apoyada contra la ventana unos metros más adelante. Sonríe, le devuelve la mirada y baja la cabeza, con la curva de sus labios aún iluminando su cara. Finge recolocarse los auriculares y abstraerse. Es bonita.

-Entonces la familia es lo que tú elijas.
-No. Matiza. Cambia de pincel.

Entrecierra los ojos para tamizar la luz solar, que tras una larga mañana ha logrado arañar las densas nubes, y empiez a dar calor a las calles y edificios. Sus piernas cuelgan por el borde de la cornisa de cemento de la azotea. La ciudad se ve de otra manera. Él prefiere quedarse de pie.

-Es todo lo que quieres, o que te quiere.
-Tal vez. Creo que casi estás.

Se gira para mirarle a los ojos.

-Lo que te ayuda... a seguir.
-Y que te recuerda dónde estás.

Calla un instante y sonríe.

-Una devonía.

Nueva sonrisa.

lunes, 12 de enero de 2015

Penicilino (o sonata para mesa de mármol y café aguado en lágrimas)

Tenía la maldita corazonada, pero ojalá la hubiera tenido un poco antes (o un poco más fuerte); de haber sabido que aquel sería el último beso, me habría esmerado un poco más.

Todo fueron lágrimas, todo dolor por su parte y por la mía, y una ligera nota de enfado que me vi obligado a aportar cuando hizo su aparición un desconocido que vendía "poemas a la voluntad". Precisamente cuando mi voluntad estaba terminando de escurrirse por mis ojos. Posiblemente, en aquel momento yaciera sepultada bajo la montaña de pañuelos húmedos y fríos que sólo ayudaban a reafirmarme en la realidad: era cierto que se estaba acabando. Se había acabado ya.

Igual que el maldito café, que se quedó frío, y tampoco recuerdo si llegó a probar tus labios. Tengo una vaga imagen de un vaso vacío, pero igual era una mera invención de mis ojos, su muda forma de avisarme de que ya no quedaban lágrimas saladas que echarme a la boca.

Es curioso lo claramente que recuerdo la normalidad detodo el ambiente a nuestro alrededor. La ruptura del pequeño y hermoso copo de nieve que habíamos creado no fracturó el equilibrio de lo que nos rodeaba; aquellos dos chicos siguieron hablando de política, el hombre siguió tratando de vender sus poemas, y por supesto, el café se enfrió.

Ninguno de ellos se dio cuenta de lo que acababa de suceder. A ninguna de aquellas personas se le pasó por la cabeza que, si tardábamos tanto en salir afuera, fue porque teníamos miedo de hacernos cachitos nada más poner un pie en la calle (al menos, eso temía yo). Allí dentro ya estábamos rotos, pero también estábamos juntos, y cogidos de las manos manteníamos en equilibrio nuestras esquirlas. Todavía sentía en mis labios aquel último beso; ligero, apático, de boca seca y agrietada. El beso de una mujer que ya no me amaba.

Y realmente, no la culpo, porque no fue culpa de nadie. Las circunstancias nos hicieron esto, y yo, aunque ella me eximiera de toda responsabilidad, habría preferido responder en su momento a la maldita corazonada, y haber sido la mitad de valiente y honesto que fue ella.


sábado, 3 de enero de 2015

Pegatinas

Es la única manera que tengo de tatuarte, mi niña anodina; no lo dudes, siempre fuiste deseada. Es mi único modo de colorear tu piel color crema, de impregnarte un poco de lo que amo en este mundo. También puede ser simplemente una armadura de plástico con adhesivo.

Habrá quien maldecirá mis huesos porque a ellos les parece un agravio, pero yo te veo preciosa. Te estoy pintando poco a poco, porque necesito tener todos los ojos que pongo sobre tu cuerpo cerca de mí; cuando te abrace y te acaricie querré ver en ellos que me los merezco, y cuando me irrite o me vuelva loco, que me recuerden por qué estoy luchando.

Cada motita de pegamento es un beso sobre tu cuerpo, mi amiga, mi amor, más que hermana. Y por cada pequeño triunfo, te impongo una medalla al mérito de no agrietarte, de superar barreras, de hacer duras las yemas de mis dedos. Y quien se atreva a derrotarte, que lo intente, y te otorgaré el último trofeo que te queda: el de haber logrado que te ganen.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Noviembre

Cuéntame cómo es tu noviembre.

Háblame de qué banda sonora le pones a los día de triste otoño, de cuánto mide el cielo desde tu ventana, dime si ha crecido en este último año.

Responde con sinceridad si alguna vez has caminado bajo una tormenta inmisericorde , pero tenías el corazón tan duro que el frío era lo que menos te importaba, y ni siquiera te diste cuenta de que hasta él te evitaba, resbalando por tu cuerpo como una estatua encerada.

¿A ti también te pasa, que miras hacia arriba y no entiendes cómo el sol puede hacer esas luces, y tratas de olvidar que mirarlo te quema los ojos pero no te da calor? ¿Crees que a ti tampoco te recuerda?

Cuéntame cómo es tu noviembre, si también quieres aprender a hacerte una armadura con las hojas muertas que ya se han despedido de las alturas, para esconderte hasta que la primavera regrese y te despierte con sus caricias tibias de sol y flores.

Dime si a ti también te desbordan tus propias metáforas, que cada vez que tomas aliento y te dispones a grabarlas en papel te suenan más repetitivas, y ya no soportas mirar hacia el cielo cuando llueve para que nadie note que estás llorando.

Cuéntame cómo es tu noviembre, si echarás de menos atravesar el gran paseo arbolado porque ya no está tan verde, si aún no sabes cómo cantarle a la noche solitaria. Te diré un secreto: la música que más le gusta es la de las caricias y los besos de los amantes que se refugian de ella abrazados bajo una manta.

Dime sinceramente cuánto le pagarías al artista que ha pintado esas nubes de color cemento que no recuerdas con claridad qué cielo cubrían, y por las que todavía te estás rompiendo la cabeza.

Cuéntame cómo es tu noviembre, y cuánto harías que durara el mío.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Farola

Las farolas son insomnes, porque sólo las dejan dormir durante el día. Y cuando por fin logran conciliar el sueño, no falta un idiota que delega en su mascota para opinar sobre el recibo de la luz.

lunes, 27 de octubre de 2014

There, there

En la luz se esconden las ánimas que temen al hombre, hadas silentes bajo el fuego que brilla en sus cabezas gachas, en ascendente procesión a través del torreón de luz que había irrumpido en la hondonada.

La música umbría de las ramas y las hojas cala hasta las raíces de los árboles inmensos, de los zócalos de roca milenaria, hasta el lecho de los ríos. Un aura de protección cubre cada palmo con su manto, y palpita a cada instante, como una respiración que dura eones.

Allí, bajo la luz, al pie del gran árbol, descansa una figura de quietud, una estatua con corazón latente. Fundida con la tierra, cubierta de hierba, tan serena y silenciosa que los pájaros se posan sobre ella, como otra planta más que el viento mece y que la lluvia empapa.

Inamovible.

Allí, donde el hombre no llega, donde las flores hablan con las estrellas, un ser de inocencia y pureza se funde cada día más con la madre a la que tantos otros olvidaron.

lunes, 20 de octubre de 2014

Papel azul

Caminará con cuidado, como si tentara el suelo.

Dará tumbos en la oscuridad, como un ciego borracho y desamparado, el mero roce de su dedo con la pared contigua le provocará un sobresalto; desde ese momento, tardará en dejar de temblar como un flan.
Con un sentido del humor particular, esa frase llegará flotando en dirección contraria hasta que choque con su frente y le recuerde cuánto hace que no ha comido. Un sonoro rugido de su recién desperezado estómago le hará saber que con gusto digeriría la repentinamente apetitosa puerta amarilla al final del pasillo.

Habrá una posibilidad entre un millón de que la sucesión de acontecimientos se ordene así, pero si un segundo gorgoteo hambriento se sincroniza con otro inopinado sobresalto, será irremediable que tropiece al siguiente paso y su cabeza se dirija en parábola inexorable contra el pomo de la puerta.

Presa de su semiinconsciente y dolorido asombro, yaciente en el suelo atérmico, apenas se inmutará cuando la puerta se abra de golpe, impulsada por un viento luminoso que hará huir a las sombras con un alarido, y una voz se pronuncie con una única palabra:

-HOLA

En un instante, el viento, como movido por un impulso unánime, volverá con un latigazo hacia la luz que se encontrará al otro lado de la puerta, arrastrando consigo en el proceso el lánguido cuerpo, ahora sí, totalmente fuera de la consciencia, como si fuera una pluma.

La luz abandonará el inhóspito pasillo con un sonoro portazo, devolviéndolo a la oscuridad y al intranquilo silencio, aunque nadie podría confirmar que así fuera; al fin y al cabo, ya nadie lo estaría atravesando.





De vuelta en el vacío, aún flotando en el feliz limbo de los desvanecidos, su mente dormida será vagamente consciente de que algo ha ido mal en todo momento; al despertar, no recordará de qué se trataba.

-QUIZÁS HARÍA FALTA PROBARLO OTRA VEZ MÁS - se pronunciaría, tal vez, una voz estentórea.