mirando, estupefacto, el reencuentro entre el verde de las hojas mecidas por el Soplo y el ámbar del astro que devolvía el color a la materia conforme empezaba a asomar su cumbre por una región aleatoria del horizonte.
-Define lo que es una familia -aquella amigable exigencia puso en marcha su mente.
-Una lámpara -dijo después de un momento-. Un azulejo.
-Pero no para un tiburón.
El huevo del sol, ya totalmente separado de la línea de tierra, ocupó de repente un espacio protagonista en la pantalla. Lo señaló.
-Eso sí. Pero no para una planta.
Hizo un amplio gesto hacia la hierba y los árboles.
-Te acercas. Sigue insistiendo.
Se incorporó sobre los adoquines luminiscentes que marcaban camino en aquel barrio de la noche, empujando las sombras hacia las esquinas. Caminó a su lado.
-¿Los tiburones sienten a su familia?
-Posiblemente no.
Los fluorescentes del autobús sangran un resplandor blanco verdoso que les separa toscamente del exterior sórdido y melancólico. Mira a una chica, apoyada contra la ventana unos metros más adelante. Sonríe, le devuelve la mirada y baja la cabeza, con la curva de sus labios aún iluminando su cara. Finge recolocarse los auriculares y abstraerse. Es bonita.
-Entonces la familia es lo que tú elijas.
-No. Matiza. Cambia de pincel.
Entrecierra los ojos para tamizar la luz solar, que tras una larga mañana ha logrado arañar las densas nubes, y empiez a dar calor a las calles y edificios. Sus piernas cuelgan por el borde de la cornisa de cemento de la azotea. La ciudad se ve de otra manera. Él prefiere quedarse de pie.
-Es todo lo que quieres, o que te quiere.
-Tal vez. Creo que casi estás.
Se gira para mirarle a los ojos.
-Lo que te ayuda... a seguir.
-Y que te recuerda dónde estás.
Calla un instante y sonríe.
-Una devonía.
Nueva sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario