domingo, 28 de febrero de 2016

Qué noche más turbia (así de amanecida)

Va sobrado el camarada Désfecholé, abriendo las puertas de la calle y encendiéndose un cigarro de toro almibarado frente al dobrino policiente.
-¡Poli!- lo provoca el sibarita del ridículo- ¡Aquí hay un melocotonazo esperándote!
-Amo a vé, licenciado de la torta -le responde enfebrecido-: no estamos todavía a hora de descañizar y ya andamios con las pollas en la boca. Me te relajes que como nos pongamos soliciantes te composto, ¿eh? Vamo a calmarno.
-Mire usted, egregio adalid de la ley que luego tal: me siento hoy algo comunista, así que nos burlaríamos si dijera que no puedo mancuriosear unas birrucas avec vous. ¿Cómo lo ves?
Acabadas estas palabras, el cigarro almibarado vuela bucólico de la mano y parece dirigirse hacia la tabla'l pecho del desdichado policiente.
-¡Caracandao, que se te va a clavar!
-¡Hideputa, eso es spoiler! -alcanza a exclamar antes de salir despedido hacia atrás con anhídrica vehemencia.
Désfecholé Pajarestri se lleva las manos a la cabeza y profiere la última exclamación que se le recuerda, síntesis del saber y conocimiento que le son inherentes:
-Alucino pepinillos, tron.
Ante la filípica épica y fálica, el dios de lo abdiestro (en ausencia del absurdo) le provoca tal catacrocker interno que no hay ni forma de poner un final normal.

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