domingo, 15 de marzo de 2015

desorden

Frente a damas felizmente levitantes
sobre el tapiz de un horizonte absurdo,
y Cristos cabizbajos en suspensos abismales,
se nos muestran reveladas
(¡milagro, milagro de la técnica!)
las geometrías secretas a todas luces,
que sembradas, germinan,
y dan fruto admirativo
de inutilidad flagrante.

Palabras en bocas de necios,
que a escondidas y entre aceros
constriñen calírias llorosas e inocentes,
en cajas de dimensión optimizada,
de esquinas tan perfectas que cortan con mirarlas.
Las riegan proporcionadamente,
no crecen al azar,
sino en abonos polinómicos que insisten
en tenerlo todo ¿ha notado?
en cuadernos de contable.

Y el mesías de las rectas aparecidas
proclama la palabra de una fe apuñalada:
"¡Vigilen, calculen, que el azar ha muerto al fin!
¡Numérense, tengan medida!
Y recuerden: criterio de utilidad."
En la danza torpe del destino
se cruzó la combinatoria maldita:
"Disculpe, mortal,
¿le importaría acercarse un poco más al cruce?
No se preocupe: está todo bien medido."

La mecánica se ha vuelto fascista,
y la mismísima vida se ha visto
reducida a potenciómetros.
Naturaleza, lo lamento: desasosiegas.
Resulta mucho más relajante
el solfeo en ecuaciones
limitarlo todo a cifras para quien no sabe sentir.

Matar el hemisferio derecho,
calculadoras sobre pinceles.
Las esquelas de espíritus creativos
se ahogan en el ardor aséptico del pragmatismo,
como lánguidas esferas sin reflejo
de su propia naturaleza de desorden.

 Enterradla, ingratos. Lloradla, que no volverá.

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