martes, 4 de noviembre de 2014

Idioteque

El verano se fue con miedo,
quizás huía del invierno que se acerca cada día.
Ya afila con su espada
un gélido violín,
y tañéndolo recita
la rapsodia del eterno retorno,
de la desolación que siembra cada cuatro estaciones.

El otoño llegó con retraso,
y parece que ya empieza a hacer las maletas.
Apenas he tenido ocasión
de hablar con él,
de escribirle de tú a tú,
y tan solo me llevo
un par de fotos suyas,
sacadas a toda prisa.
Pero, quien sabe;
podría perder el avión.

Necesito más tardes de filosofía a su lado,
pero el sol les arranca minutos
a pequeñas dentelladas,
y la noche sin luna,
vestida con inquietantes luces y nieblas,
cada día dura más.
Se está reservando para el fin de año,
con su vestido de encaje de luces navideñas;
alguien tendría que decirle
que debería cambiar de modista.

Lo haría yo, pero nuestra relación se ha enfriado;
me temo que se ha hecho admiradora
del invierno trovador,
que ya a olvidado a la dulce primavera,
mientras esta cura, con paciencia
y fuera de escena,
a un maltrecho y derrotado estío
al que se le acabó el tiempo.

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