si entre las malditas paredes de mi cráneo
no hay más que aire gris y sucio.
Escribo por inercia,
que es peor que dolor:
si sufro y sangro tinta
todo se hace
al menos
un poquito
más fácil
porque puedo dar a luz
a preciosos ángeles llorosos,
efigies de belleza y agonía.
Ellos sufren por mí,
yo me llevo los aplausos.
Pero de eso ya hace mucho.
Últimamente me ahueco,
resueno un poco más
cuando me balanceo,
inestable,
no pongo puntos ni comas a mis pasos,
y me golpeo con las paredes,
o con las personas,
que a veces
es lo mismo.
Las noches, cada día
un poquito más oscuras;
las cuerdas de guitarra
que devoran la distorsión,
nunca tienen suficiente;
y en el cielo que creamos
ya tan solo quedan ruinas.
Se acumula el polvo,
amontono espacios en blanco
en una esquina,
y debajo de la alfombra
meto todo el gris que no me cabe dentro:
las migrañas
los besos y caricias olvidadas
tu chaqueta preferida (por mí)
y un trozo de riff
que nunca llegó a nacer.
sin tu pelo de fuego
alumbrándome el camino.
He perdido hasta el miedo
a no escuchar tu corazón
para tener un compás que seguir.
Mira,
ahora el hombre hueco
silba una canción
que le resuena en el pecho,
y se pregunta:
y para qué replicar,
si ya no queda color,
si todo se sumerge
en el gris
que antes me gustaba tanto.
Para qué sufrir
si siempre hay cerca
algún alma
(quizá no tanto)
que me deje esconder
las penas
en su caliente V.
Para qué esforzarse
en correr,
si la angustia
siempre espera
en algún lugar
del que,
en cuanto llegues,
no te querrás mover.
Y por qué no,
si en la noche
lo único
que sobra
son demonios.
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