sábado, 3 de enero de 2015

Suerte


Suerte, compañero, porque te entiendo palabra por palabra. No he tenido la suerte de vivir lo que has vivido, de conocer, de escuchar, de llevarte esas sorpresas, mejores o peores, y de haber vivido tantas "coincidencias" rayanas en lo imposible. Pero en eso se basa todo lo que he leído de ti: que hasta a lo imposible se le puede dar forma para agarrarte a ello y traerlo al mundo real.

Puedo decir que pocas obras de arte me han hecho llorar, pero esta lo ha logrado; me has hecho traer de vuelta miradas y momentos que creía tener como mínimo olvidados, pero por encima de ello has logrado (y nunca he sido un genio para la empatía) que me viera ahí dentro, viviendo lo mismo que tú, riéndome con las mismas bromas, notando mi corazón acelerado de esa forma convulsa cuando notas que algo muy grande va a suceder, y llorando, simplemente, porque era real.

Gracias, drugo, porque has hecho más que escribir un libro que provoca un boom y luego se olvida en un estante polvoriento. Has pegado un puñetazo al maldito baúl de los recuerdos que creía tener bien atado, y al abrirlo me has hecho reencontrarme a mí mismo más pequeño, más idiota, más o menos feliz; en otras situaciones que creía ya muertas y enterradas, entre los brazos de otras guitarras. Y todo ello, precisamente, por contar algo real y clavar a machetazos en mi memoria esa banda sonora que quizá en algún momento se convierta también en mía.

Me has hecho… no sé si más sabio, pero sí distinto; me has hecho reafirmarme en muchas cosas y hacer que cambie de parecer en otras. Me has demostrado que, igual que siempre hay alguien más hundido que tú cuando te sientes mal, también hay alguien más alto que tú cuando piensas que ya has alcanzado la cumbre (y que, en ambos casos, lo mejor y lo peor, que nunca es tal, le puede pasar a cualquiera).

Creía que no habría nadie que me sirviera como espejo más o menos fidedigno de las cosas tan buenas, malas, pero sobre todo raras que me han pasado, y obviamente, has hecho cachos también esa idea preconcebida (también me has dado una buena lección: no hacer demasiados planes inamovibles). Y poco más se puede decir.

Me basta con darte las gracias por lo que has hecho, por lo que me has enseñado a lo largo de todo el libro, por atreverte a hablar de la realidad sin disfrazarla, sin ningún tapujo ni pretensión. Sólo ser sincero, y hacer así que me sintiera de una forma tan distinta. Por contar algo de verdad y compartirlo.

Suerte, camarada, aunque no creo que te haga falta, porque es imposible que con semejante valor y corazón no consigas algo que el destino ha escrito con un cuchillo en su propia mano. Pero, aun así, suerte con todo lo que te encuentres, y te mando esta promesa: cada puñetazo se cura y te hace la piel dura, y cada caída te recuerda la próxima vez que tengas cuidado con ese bache que hay en la calle que pisas todos los días; y por todo ello, prometo que irá bien. ¿Cómo podría no ser así, con un amor que haría que Dios y el Diablo lloraran en el hombro del otro? ¿Cómo, si no luchas con espada y escudo, sino con las manos abiertas y una canción en los labios?

Suerte, y me atrevo a llamarte amigo, y un abrazo emocionado de alguien que no esperaba encontrarse en algo tan real. Al final resulta que me conoces tanto como los que componen esas canciones que suenan a nosotros.

(P.D.: durante toda esta carta ha sonado “No sé cómo te atreves”, la primera canción de Los Planetas que me hiciste oír y de la que ahora estoy también enamorado. Otra cosa por la que te doy las gracias).

1 comentario: