Si realmente tenías ganas de salir afuera
es porque ya tenías el café
punteado en las mejillas,
y esa caricia marrón amargo
te acompaña desde que sales de las sábanas.
Y mientras, llueve afuera,
el aire se vuelve gris y húmedo en la garganta,
por las ventanas el agua hace carreras
y enturbia la luz.
Tú te sumerges en la ropa,
te envuelves en música
que acompaña al paisaje,
evadiendo a la mañana de tus propios pasos.
Al café le gusta saberse cálido en tu boca,
y por la noche se olvidará la escena;
todo queda entre vosotros
y esa sonrisa,
como un girasol abierto bajo la lluvia.
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