Resulta curioso verme siguiendo el
mismo consejo que tú misma me diste en su momento; y, como entonces, todos
consideran esto una causa perdida. Pero es porque hay mucho que aclarar, y a
nadie le gusta escuchar demasiado cuando se tiene una idea previa. Me veo
obligado a incluirme ahí.
No quiero recoger todos los cachitos
del jarrón que tan fácilmente dejaste caer y recomponerlo con paciencia; ya he
limpiado el suelo, realmente no lo echo de menos, y sólo quiero saber por qué
se te resbaló de las manos. Tampoco puedo echarte toda la culpa.
Ya ha vuelto a salir el sol en mi
vida, y por mucho que me gusten las nubes, no hay nada en el mundo por lo que
pueda siquiera pensar en cambiar lo que su calor me ha dado. En ese aspecto,
tampoco me cuesta tanto evocar los cielos sombríos; al fin y al cabo, a veces
resplandeces por ahí como una cicatriz mal curada.
Pero, a pesar de todo esto, de que
seas como esa espinita clavada en la mano de la que sólo te acuerdas cuando
aprietas la mano con fuerza, te pido ayuda para sacarla de una vez.
Ni la mano precisa de la espina, ni
al revés. Todo ha ido bien por cada camino por separado, y ya hemos avanzado
bastante como para dar la vuelta. Pero estaría bien que pusiéramos los dos algo
de nuestra parte, reunirnos en la próxima encrucijada y no tratar de
convertirnos en el rey de la colina, porque no va de eso. Va de una despedida
como Dios manda, y con dos besos y un abrazo en lugar de una sensación de
patada en el estómago.
Realmente, ninguno de los dos es por
completo víctima ni agresor; y si hubiéramos sido un poco menos cerrados, nos
habríamos dado cuenta antes de decir ciertas cosas, o de no decir ninguna.
Creo que, con un año a nuestra
espalda, podríamos alardear de ser un poco más sabios y poner a un malentendido
el fin que se merece, y que esto sea sólo un mal recuerdo al que logramos dar
esquinazo.
Yo aporto mi parte, y te pido que
aportes la tuya; hazlo por ti o por mí, pero, por favor, hazlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario