-¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
Dejó la taza de café sobre la
mesa con un vago gesto de cansancio, apenas perceptible.
-Creo que he olvidado cómo
perderme.
La sorpresa apareció en dos
trazos fina y curva sobre los rasgos apacibles del rostro de ella. Dio un sorbo
de café a su vez y respondió con la calma de quien esperaría una pregunta así
como una pregunta cualquiera.
-¿A qué te refieres?
-Pues a que todo en esta ciudad
me sabe igual cuando me dejo llevar. Ya no me encuentro con calles que no
hubiese pisado antes una y otra vez, ya… no me llevo sorpresas –alzó el café
hacia los labios y bebió mientras inspiraba por la nariz-. No sé si me explico
–suspiró.
-Creo que… a pesar de que lo
haces inconscientemente, sigues yendo por los mismos sitios aunque quieras
variar. A lo mejor es como si los hubieses dado por perdidos, o poco
interesantes. Quizás, simplemente, no querías salirte mucho de la zona de
confort.
Bufó.
-Hace mucho que no me muevo de mi zona de confort, pero es que no lo
intento.
-¿Entonces? –rió ella, no con
sorna exactamente, pero…
-Bueno, igual no es algo que
decida yo. No sé si quieres entenderme.
-Sí, sí, perdona. Entiendo lo que
dices, pero… ¿por qué no lo has intentado? Igual necesitas hacerlo a propósito,
de forma menos natural.
-¿Forzar la maquinaria?
-Diría más bien que es hacerlo
sin tener que esperar a que se te ocurra mágicamente.
Asintió. Callaron unos segundos
mientras, distraídamente, seguían vaciando lentamente las tazas en sus manos y
se fijaban muy levemente en una música que no conocían de nada en absoluto. Esa
pequeña fracción de sus cerebros que pensaba por su cuenta optó por cavilar
sobre qué significaba prestar atención a una canción que no habían escuchado
jamás antes: ella probó a relacionar esas notas desconocidas con todo aquello
que ya conocía, como si simplemente fuese una pequeña parte de un mismo esquema
sonoro, y esas canciones desconocidas fuesen el verso que nunca consigues
descifrar del todo cuando escuchas; él partía su mente en partes finas como
plumas para atender a los instrumentos y sus infinitos matices, analizando la
técnica y la procedencia de todos esos elementos, como si intentara comprender
una conversación en un idioma desconocido solamente por las inflexiones de la
voz y la emotividad de los hablantes. Era, hasta cierto punto, razonable.
Su línea de pensamiento se
descolgó por unas piernas imaginarias y decidió, venga, por qué no, posarse en
el suelo de nuevo. Levantó la vista otra vez y se fijó en que tenía las gafas
sucias.
-¿A ti también -empezó casi entre
dientes mientras se quitaba las gafas y buscaba un pañuelo en sus bolsillos
traseros-… te ha ocurrido algo parecido alguna vez? –echó vaho en los cristales
y frotó con el pañuelo recién rescatado de su bolsillo izquierdo mientras
fijaba su mirada neblinosa de miope en la cara de ella. Era inconsciente,
aquello de esforzarse más en atender cuando tenía sus sentidos limitados en
momentos como aquel.
A ella le pilló la pregunta con
la taza en la boca.
-Mmm –tragó y bajó la taza-. Sí, no me parece nada tan raro. En
realidad, no creo que ni siquiera a ti te abrume tanto.
-Ah, no, tampoco me mata. Pero
bueno, me molesta, no sé… Me gusta mucho Valladolid, me gusta conocerla bien, y
se me daba bien perderme por ella, pero no sé qué clase de… facultad he perdido
–rió.
Ella sonrió a su vez.
-Creo que necesitas creerte un poco menos seguro.
-¿Cómo dices?
-Necesitas… a ver cómo me
explico. Creo que ahora mismo necesitas dejar de pensar siquiera en que estás
confiado, dejar eso a un lado. Sólo… olvídate, y… espera a que la aventura
llame a tu puerta.
Rió. Suavemente, pero rió de
verdad.
-Me gusta la idea. ¿Así que crees
de verdad que será así de sencillo?
Mecadena vació la taza y se
levantó de la silla.
-Mateo, nunca ha sido complicado.
Simplemente, déjalo suceder.
Salió de escena.