Muy buenas noches de fuego ardiente apagado,
de velas consumidas
desde el pasado invierno.
Cómo nos cambió la vida entre esas sillas apretadas,
qué fácil resultaba todo
aunque a veces el corazón
sufriese más que la cabeza.
Llamarlo "sencillo"
sería
llamarse a engaño,
porque puedo proclamarme inestable
si pienso en un viejo yo
mucho más tierno,
más blando,
con menos de mí y más del resto.
Para pájaro, el maestro que insistió en aconsejarme
que, ante todo, intentara volar.
En otro tiempo,
y ahora,
estoy marcado por las tintas de otros.
Mi cuaderno ya no es mío
y es Antiguo Testamento de perversas liturgias
caídas en el olvido de la vanguardia,
los acoples
y el polvo de viejos deseos.
Desde una terraza ignota
vi una noche como no conocía hasta entonces;
a mí vinieron canciones lejanas
que ya no puedo separar
de esa luz,
de aquellas voces,
de guitarras españolas
y enigmas de peces muertos.
Ser espejo del propio pasado
es privilegio del papel;
por mi parte, espero
que en mí
sólo quede carne.
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