Una vez, se dice,
había cuarenta escalones hipócritas
que irradiados en el caos
se insertaron, imprudentes,
como penes haciendo oídos sordos
a la Providencia y el buen gusto,
en el camino de Agólia la Perpetua,
que aprovechó la pérdida de sus gafas
para detenerse y proseguir en altura.
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