domingo, 4 de octubre de 2015

Princesa china

A lo mejor lo único que quería
era ser un poquito mejor,
que esto fuera algo más fuerte,
más cierto,
más largo.
Eso es lo que me hace falta:
durar.

Todo lo que en algún momento tengo
languidece entre mis manos:
las caricias,
las flores,
los gestos,
el trocito de ciudad que se ve por tu ventana
(sí, también intenté cogerlo).
Todo pierde fuerza,
o las ganas,
o deja de echarme de menos.

Todo eso se desploma
o me abandona:
lo único que les debe de quedar
de mí
es el recuerdo un poco amargo de un polvo inesperado,
que a mí todavía me hace
encogerme de dolor al recordarlo.

No hay analgésicos para la memoria,
no hay pastillas
que mitiguen el dolor nostálgico,
ni nitrato de plata
para disolver las nubes negras
que envuelven mi pecho.
Es como llevar el otoño siempre encima
conmigo,
pero en su versión más cruel.

Mientras tanto,
ni el poeta de bronce
ni las casas del ensanche
recuerdan que llovió hace ya tres horas;
ninguno sabe
que esto que parece verano
sólo enmascara algo perdido.

Me voy a buscar mi puerta,
donde dicen que vivo.
Antes sí vivía, porque estabas ahí cerca;
ahora, como aquel que dijo,
sólo mato el tiempo.

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